domingo, 2 de noviembre de 2008

Proyecto Manhattan - Parte 1ª.


Mi nombre es Gideon Sundback Jr. Mi abuelo fue el inventor de la cremallera moderna y yo soy un eficiente ayudante de laboratorio. Puede que no suene demasiado impresionante, pero las dos cosas son útiles. Sobre la cremallera, poco puedo decir que no sea evidente (a no ser que seas una de esas personas que prefieren el cierre de los pantalones con botones). Sobre mi trabajo, bueno, sólo puedo citar a mi jefe, el Profesor Einstein: “Gideon es el mejor apretando tuercas”. Sí, mi jefe es Albert Einstein. Olvidaos de todo lo que habéis leído sobre él. Sí, es un genio, pero ni es especialmente simpático, agradable y risueño. La verdad es que dista mucho de esa ingenua imagen que se tiene de él, como un entrañable abuelito excéntrico de pelo largo que saca la lengua en las fotos. La verdad es que tiene muy malas pulgas. Y no, no está muerto. Como no lo están muchas de las personas que viene aquí, en Bajo Manhattan. Eso puede sonar muy estúpido, lo de que la ciudad está poblada por gente que no está muerta (a excepción de aquel pueblecito zombie de México), pero es que la mayoría de la gente, casi todo el mundo, piensan que sí lo están.

Bajo Manhattan es el corazón de aquel Proyecto Manhattan, pero poco tiene que ver con la versión oficial que se da del mismo. En realidad, tenía algo que ver con la energía nuclear y muy poco con la Segunda Guerra Mundial. El Proyecto Manhattan es parte del sueño utópico de Tesla para crear una sociedad mejor, un mundo mejor. Y ese mundo empieza en esta ciudad: Bajo Manhattan está situado bajo la ciudad de Manhattan (el Doctor Tesla es creativo, pero no muy poético), en realidad, muy bajo, en una súper estructura que en su interior protege una esfera que gracias a la teoría de incertidumbre y a los descubrimientos del Equipo Philadelphia, está situada fuera nuestra realidad tal como se concibe ahí arriba. Aquí se reúnen las grandes personalidades de la historia en un centro de creación y maravillas. Y digo de la historia porque gracias a nuestra capacidad para viajar por el espacio tiempo hemos podido reunir aquí (y ahora) a gente tan dispar como ese marinero borrachín genovés de Colón o a esa gran mente política que es Julio César. Claro, que también tenemos a gente como Genghis Khan dando problemas, pero no quiero adelantar acontecimientos. Comenzaré mi historia ahí donde creo que empieza a ponerse interesante.

Era una mañana normal, típica de un Miércoles 29 de octubre. No importa demasiado el año. Y como todos los días, me dirigía a mi puesto de trabajo en el laboratorio del “Departamento de Aplicaciones de la Ciencia Especulativa” que dirigía el Profesor Einstein. Nuestro trabajo consiste en comprobar si las teorías científicas formuladas por los grandes genios de nuestra sociedad podían ser aplicados en la práctica. A pesar del genio y del esfuerzo de tantas personalidad, os sorprendería la cantidad de sistemas que se presentan al año para conseguir un sistema eficaz para eliminar las manchas de óxido y café de la ropa y que son inaplicables (si no queremos eliminar el tejido junto con la mancha). Cuando llegué a nuestro espacioso laboratorio el profesor ya estaba allí, refunfuñando y regañando entre dientes al resto de ayudantes y becarios. Nunca llegué a comprobarlo, pero creo que el profesor vivía allí y que no hacía uso de su lujoso apartamento. Nunca le había visto fuera de las instalaciones del departamento y empezaba a pensar que nunca le vería.

-Tarde, me dijo con su marcado acento alemán mientras me señalaba con su índice en cuanto se percató de mi presencia. –Tardanza es pereza. No quiero holgazanes en mi equipo. Si tiene algo más importante que hacer que cumplir con sus funciones, tal vez debería trabajar para el Profesor Assimov y su equipo. Hágame un favor y présteles sus incompetentes servicios.

El Profesor Assimov otra vez. Assimov dirige algo así como el departamento rival al nuestro, el “Departamento de Especulación sobre Ciencias Aplicadas”. Tras años de reunir genios en nuestros equipos, nos dimos cuenta de que mucho de los hallazgos técnicos que conseguíamos no tenían una base conceptual. Esto quiere decir que no sabíamos para qué servía lo que inventábamos. Así el profesor Assimov juntó un grupo de mentes creativas (artistas como Dalí, escritores como él mismo y ese inquietante Lovecraft, místicos como Rasputín e incluso ese rockero, Brian Jones) para buscarle alguna utilidad a nuestras maravillas científicas. La rivalidad entre los dos profesores se había extendido a sus equipos y de alguna manera, el antagonismo de nuestros fines había contagiado nuestras personalidades. Así, el DECA era un tema recurrente durante los constantes enfados de nuestro jefe de departamento, que en ese momento se encontraba repasando los diagramas holográficos del intensificador de materia negra que se estaba construyendo en el Golfo de México de hace 65 millones de años. El porqué se realizan en el pasado este tipo de pruebas de riesgo es porque el pasado es un seguro, ya que todo lo que podamos hacer en el pasado asegura que, por lo menos, en un futuro los posibles desastres sean parte de la historia, y dado que si algo ha ocurrido es inamovible, parece una buena justificación moral para trastear con la realidad todo lo que queramos.

-Adrones. Están locos –Seguía diciendo el profesor, ahora para sí mismo. Dadles esa tecnología a los superficiales. ¡Van a destruir el multiverso!. Es como si les diéramos pistolas a nuestros niños para que jugaran. Pistolas de adrones. ¿Cuándo parenderán? Sería mucho más inteligente filtrarles la energía Gamma, más segura y limpia y eficaz. Malditos burócratas. ¡Adrones! Nos volverán a matar a todos. ¿cuántas veces es necesario que los adrones destruyan el mundo para que comprendan, eh?.

No servía de nada hablar con el profesor cuando se ponía así. Así que le dejé con su monólogo y empecé a vestirme con mi equipo de aislamiento. Viajar en el tiempo siempre hace que las moléculas de tu cuerpo cobren cierta inestabilidad. En el mejor de los casos, produce mareos y vómitos, en el peor, que tus células implosionen. A parte de eso los viajes temporales son poco impresionantes: entras en una sala completamente vacía, esperas unos segundos a que suene la señal acústica y vuelves a salir. La desmitificación del viaje temporal tiene mucho que ver con la facilidad con la que ahora podemos movernos por él, de una manera muy parecida por la que nos movemos por el espacio. Eso es gracias a los trabajos del Profesor Einstein y de la nueva concepción que tenemos del continuo espacio-tiempo como una esfera y de que no nos complicamos demasiado la existencia con el multiverso y las distintas realidades temporales. En realidad, son una serie de cálculos y procesos complicados, pero igual que no tienes que comprender cómo funciona un regenerador de plasma para poder utilizarlo, me introduje en la sala junto al resto del personal de pruebas y esperamos a que llegara el profesor. A mi lado, como siempre con gesto cansado, Aba chequeaba el equipo que transportábamos. Aba era descendiente del inventor del bolígrafo, y como a todos los descendientes de “pequeños inventores” sentíamos una enorme camaradería los unos con los otros. Ese tipo de amistades que nacen en las escuelas entre el hijo del inventor de la aspiradora (el bueno de Cecil) y el de la máquina de coser frente a los descendientes del inventor del condensador de flujo negativo o del eje de acoplamiento negativo del hipermotor . Él llevaba casi un año más que yo en el departamento, pero su escaso entusiasmo por el trabajo de campo y su desinterés general le habían relegado a un segundo plano profesional, cubriendo básicamente las funciones de recadero. En mi caso, no me costó mucho llegar al departamento, y aunque no destaco especialmente en ninguna materia, soy bastante hábil con la tecnología. Eso, a ojos del grupo de jóvenes científicos que especulan sobre mil y una teorías junto al profesor, me deja a la altura de un mecánico. Pero es un trabajo sencillo y me gusta. Se me da bien “.apretar tuercas”. Aba seguía chequeado la lista de material y comprobando que no faltase nada cuando entré el profesor. Le podíamos oír despotricar desde el interior de sus escafandra, quejándose de lo poco funcional de su diseño, allí donde le tiraban las costuras al moverse y diciendo algo sobre escribir un memorándum y que el departamento de “Diseño Aplicado a la Funcionalidad, la comodidad y la Seguridad” se iban a enterar.

-Espero que todos hicieran sus necesidades. No quiero retrasos en la operación porque tienen que limpiar sus vómitos de la sala de transporte otra vez.- Oímos su voz por el comunicador. La puerta se cerró tras él. –bien, recuerden que queda una semana para la prueba final del Acelerador. Si mis cálculos con la Materia Negra son correctos, que lo son, pronto tendremos un nuevo sistema de seguridad para nuestros motores de impulso factorial. Factor nueve… ¡Ja!... en un par de meses alcanzaremos el impulso noventa como si tal cosa. Habrá que recalibrar todos los transportes, ¿no les parece?- en ese momento oimos la señal acústica. No sé quién la diseñó, pero estoy convencido del parentesco familiar que le une con quién diseñó el “ding” de los ascensores. Las puertas se abrierón, y como he dicho antes, esa bonita imagen de una inmensa selva virgen, enormes insectos y terodáctilos en el cielo que se supone de un viaje de sesenta y cinco millones de años en el pasado es sustituida por la de una nave repleta de equipo técnico y dos enorme generadores de protomateria. Su zumbido no es muy evocador, por mucho que supiéramos que fuera del recinto había grandes dinosaurios haciendo sus cosas de dinosaurios.

-Señores, quítense estos incómodos trajes cuanto antes y ocupen sus puestos. Quiero la secuencia de iniciación en marcha cuanto antes. Si todo va bien en la jornada de hoy, tendremos resultados muy satisfactorios y podremos decir que nuestro acelerador está listo.

Salimos de la sala y quitándonos las escafandras , Aba ya estaba empujando la plataforma de transporte que cargaba el equipo hacia la zona de almacenaje para empezar su distribución. Me hubiera gustado preguntarle por su hermano- Por lo visto había resultado herido durante la represión de una revuelta de topoides cerca del núcleo. Por lo visto una facción de insurgentes topoides habían tenido acceso a tecnología alienígena y había resultado herido. Pero me sorprendió su celeridad. Imagino que el profesor había vuelto a regañarle. Espero que su renovado entusiasmo le durase más que un par de horas esta vez.

En menos de dos horas todos los sistemas estaban operativos y habíamos comenzado la secuencia de iniciación. En tres horas habríamos generado suficiente protomateria como para obtener la Materia Negra que necesitábamos para aislar el acelerador para que soportara un impulso factorial de veinte puntos. Era una cantidad de energía increíble. Y también era un mal momento para que comenzarán a sonar todas las alarmas.

Continuará...

Chema Mansilla.
29 de octubre de 2008.

miércoles, 29 de octubre de 2008

El puente


Tiniebla en la misma tiniebla. Sólo yo puedo contarte, amigo mío, qué ocurrió en aquél puente. Porque yo estuve allí y, como Melville en su ballenero (pueden llamarle Ismael, pero todos sabemos que su nombre es Herman), sólo yo volví para contarlo.

La noche era azul, y habíamos ido allí para morir. No por agotamiento existencial, no por desengaños, no era un suicidio. Era ansia de conocimiento. Del conocimiento universal y absoluto. Necesidad de respuestas. De una respuesta. A la única pregunta que de verdad tenía importancia.

“¿Y después?”

Teníamos que comprender. Necesitábamos comprobar qué ocurría al otro lado. Y, aunque ahora pienses que es una locura, sólo había un modo de calmar nuestras expectativas. Uno de nosotros debía morir. Y debía regresar, aunque sólo fuera por un momento, aunque sólo fuera como un susurro, como una palabra. Debía enseñarnos. Dejarnos ver.

Acudimos cuatro personas a aquella cita. La suerte decidió. Para la ocasión, un dado de cuatro caras. Debo confesarte, compañero, que en aquél momento sólo deseé que no fuera mi número el designado por el azar. No lo fue.

Ian aceptó su destino con entereza. De cualquier modo, volvería. Ese día las aguas del Támesis estaban tranquilas. La Luna creaba juegos mágicos de reflejos azules y blancos sobre la superficie. Algunas nubes completaban el cuadro, creando una atmósfera sobrenatural para la ocasión.

Fue un disparo limpio. Su cuerpo se hundió dejando una mancha oscura de sangre que rompía la pureza del río. Esperamos allí, sentados, el resto de la noche, en señal de respeto. Al amanecer, marchamos a nuestras casas, a descansar.

Nadie resolvió nuestras dudas. Y éstas se acrecentaron. Por eso, el día que se cumplía un año de la muerte de Ian, estábamos allí, de nuevo en el Puente de la Torre, repitiendo los pasos, volviendo a experimentar. Esta vez no temía al resultado. Me sorprendió mi propia tranquilidad. Pero pude leer en los ojos de William que había rezado, como yo antaño, para que el dado designase a otro. Nadie respondió a sus plegarias.

Esta vez nos encargaríamos de que no fuese una muerte violenta: quizás ahí estuvo el error la otra vez. Bebió a nuestra salud, y el río recibió su cuerpo sin una señal de condena. De nuevo aguardamos al alba: era nuestro hermano, y le lloraríamos como tal. Quedábamos dos, y seguíamos demandando respuestas.

Nada ocurrió.

La carta llegó por sorpresa, justo un año después: “Raymond ha intentado suicidarse. Ven cuando puedas”. No debería haberme sorprendido.

No acudí: hice lo mismo que mi último compañero. Estaba cansado de no ser yo el elegido para morir. No dejaría que me trajesen las respuestas. Las buscaría.

Pronto estarás recuperado.

Siento que no recuerdes. Me preguntas por qué, Ray, te visito cada noche. Porque ni Ian ni Will lo consiguieron, pero yo sí. Encontré la verdad. Y, como prometí, hermano, he vuelto a traértela.


Juanma Ruiz

18 – 04 – 2001